Opinión

El basurero más alto del mundo

CUANDO LA temporada donde se concentra el mayor número de ascensiones anuales -de marzo a mayo- está a punto de finalizar, el escenario encontrado por quienes intentaron la odisea no ha sido precisamente bucólico. Bombonas de gas y oxígeno, botellas, cadáveres enteros o fragmentos de ellos, cuerdas, defecaciones, latas de comida, piolets, restos de tiendas de campaña o de medicinas. En fin, inmundicia sin cuento les ha rodeado en su camino hacia Sagarmatha en nepalí, Chomolungma o Qomolangma en tibetano, Zhumùlangma Feng en chino o Deodungha en el lugareño darjeeling. Aunque sin la extrema situación actual, el paisaje ya no era virgen cuando en 1953 Edmund Hillary y Tenzing Norgay coronaron el pico más alto del mundo.

Fue la Royal Geographical Society británica quien en 1865 le dio el actual nombre de Everest en honor del topógrafo galés y Topógrafo General británico de la India, Sir George Everest. Él fue el responsable de completar la medición trigonométrica a lo largo del arco meridiano desde el sur de la India hasta el norte de Nepal. Esta medición permitió registrar por primera vez la posición del Everest y calcular posteriormente su altura. La propuesta de dar su nombre al techo del mundo partió de quien le sucedió en el cargo de topógrafo de la India, Sir Andrew Waugh. El topónimo se consolidó a pesar de la frontal oposición al nombramiento mostrada por George Everest.

La monumental acumulación actual de desperdicios en el Everest es fruto de la masificación, ya detectada y denunciada desde los años 90 del siglo pasado, y de la banalización. Una organización como International Eco Everest, desde 2008, ha retirado de las faldas del Everest casi mil kilos de restos orgánicos y 16 toneladas de basura. De ellas formaban parte los restos de un helicóptero accidentado en la montaña. Desde hace años, cada alpinista tenía la obligación -más teórica que real- de entregar a su oficial de enlace los desperdicios generados en la montaña al regresar al campo base. A partir de 2014 se han implantado unas medidas aparentemente más estrictas. Cada montañero deberá bajar ocho kilos de basura, la cual será supervisada por funcionarios del Gobierno nepalí. La medida no es nueva en otras latitudes, caso del McKinley en Alaska, donde los 'rangers' llegan a pesar los excrementos producidos por los escaladores, los cuales están obligados a portarlos hasta la falda de la montaña.

Como cada año, durante la temporada que ahora toca a su fin, ascienden al Everest unas 800 personas. Con la nueva medida, los responsables gubernamentales nepalíes esperan recoger más de seis toneladas de desperdicios. Sin embargo, el escepticismo lo invade todo. Fundamentalmente en lo relacionado con el cumplimiento de la normativa por parte de los alpinistas VIP -en lo económico y lo fútil-, los millonarios de las grandes agencias internacionales. De quienes desde la hoguera de su vanidad hacen cumbre, o se aproximan a ella, conectados a Internet y con teléfono móvil, previo pago de unos 90.000 dólares.

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