Opinión

Gases de efecto invernadero

LA ORGANIZACIÓN Meteorológica Mundial (OMM), organismo dependiente de Naciones Unidas, presentó el pasado lunes 25 de noviembre su decimoquinto boletín anual. Las conclusiones abundan, como tantos otros estudios, en la mala salud del planeta, consecuencia de la actividad humana. La concentración de gases de efecto invernadero —dióxido de carbono, metano y óxido nitroso—, principales responsables del calentamiento global, alcanzó el año pasado una nueva cifra récord, un nuevo máximo histórico. En su informe, la OMM llama la atención sobre los altos índices de dióxido de carbono acumulados en la atmósfera. Para encontrar una concentración similar debemos retrotraernos unos tres millones de años. De aquella la temperatura era entre dos y tres grados más cálida que la actual y el nivel del mar superaba en 10-12 metros el presente. La radical diferencia entre la situación de antaño y hogaño radica en una cuestión capital. La situación de hace tres millones de años era fruto de la propia naturaleza, mientras la actual es obra de la actividad humana.

Los gases de efecto invernadero han formado parte de la atmósfera terrestre desde hace miles de años. En un estado de equilibrio permiten la temperatura generadora de vida del planeta. Sin embargo, esa situación se ha roto desde un pasado reciente. La causa, según la OMM, la utilización de combustibles fósiles —carbón, gas natural, petróleo...—. El punto de partida, la Revolución Industrial; aproximadamente, mediados del siglo XVIII. En el desequilibrio también ha jugado un papel esencial la fortísima deforestación sufrida por el planeta, obra cumbre de la mano antrópica. No debemos olvidar que durante milenios la especie arbórea —consumidora masiva del dióxido de carbono— fue la especie dominante en el planeta.

Las consecuencias de la intensa acumulación en la atmósfera de los gases de efecto invernadero son globales. Sin embargo, los grados de impacto a nivel local muestran diferentes incidencias. Uno de los espacios geográficos más afectados por el cambio climático es el ocupado por la península Ibérica. En esta coyuntura, la situación nos hace vulnerables en grado sumo. La dramática situación, generadora de un futuro hipotecado, es ignorada —intencionadamente o no— por la inmensa mayoría de la clase política sin distinción de pertenencia en el espectro político.

Un buen ejemplo de las consecuencias del cambio climático y del negacionismo de algunos humanos lo recogía hace unos días un rotativo estatal. Acontece en una isla del este de los EEUU. Era un lugar paradisíaco cuando en 1570 llegaron a ella jesuitas españoles. Hoy en día su punto de altura máximo respecto al mar es de únicamente 120 centímetros. No se debe olvidar que a consecuencia del fenómeno climático islas del Pacífico han desaparecido. Muchos habitantes de la isla se niegan a reconocer la evidencia. Para ellos no está subiendo el nivel del mar —lo hace entre 3,2 y 4,7 milímetros al año, sino hundiéndose la isla. Una personalidad mundial les ha llamado para apoyarles e instarles a perseverar en la negación, Donald Trump.

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