Opinión

La guerra invisible

RICA, riquísima en recursos naturales, la República Centroafricana es un pequeño país donde la miseria y la pobreza alcanzan una de sus más altas cotas. Los diamantes, el oro, el uranio, el cobalto, el petróleo, la madera de la mejor calidad... abundan en ella. Sin embargo, si en 2016 el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas la situaba en penúltimo lugar, en 2018 la misma Onu la declaró el país más pobre del planeta. Su renta media per cápita con dificultad supera los 700 dólares al año. En la lista anual de los países más felices del mundo de la revista Forbes, siempre aparece como el país más triste de la Tierra. El año pasado, en 300 cifraba el total de kilómetros de carreteras asfaltadas el militar español Alejandro Pedraza, presente en ella en una misión internacional. Médicos Sin Fronteras asume el funcionamiento de dos tercios de su infraestructura sanitaria. Mientras, el Ministerio de Salud Centroafricano únicamente dispone de un especialista en traumatología para sus casi cinco millones de habitantes. De forma similar a lo que acontece en otros países de su entorno, es su exuberancia en riquezas naturales la causa de su pobreza e inestabilidad política.

Escasos han sido los períodos de estabilidad política en la República Centroafricana desde su independencia en 1960. El último episodio bélico arranca en 2013. Desde entonces vive una guerra invisible en los medios de comunicación internacionales. Los pasados 5 y 6 de febrero en Jartum y Bangui se firmaron unos acuerdos que, teóricamente, tienen como meta la paz. Es el octavo en dos años. Pero los mismos han sido denunciados por quien es un referente en la zona. Fue tiroteado en 2017. No falleció en el atentado por casualidad. Si murió quien estaba a su lado acompañándole. Más recientemente, denunciar los abusos de los cascos azules marroquíes encargados de custodiar su seminario convertido en lugar de refugio de más de 1.500 musulmanes le costó amenazas y verse obligado a estar fuera de la ciudad varios meses. Se trata del español monseñor Juan José Aguirre, obispo de Bangassou.

Un lavado de cara de la comunidad internacional convertido en letra muerta al día siguiente de su firma, es el acuerdo para el religioso. El pacto se ha realizado controlando los rebeldes el 80% del territorio del país, mientras únicamente el 20% está en manos del Gobierno. Unas fuerzas opositoras apoyadas, según el comboniano, por Arabia Saudí –con armas estadounidenses– y los países del Golfo. A ellos se une "la complicidad de la Unión Africana y la tibieza de Francia". Para monseñor Aguirre, el detonante fue la entrada en escena de Rusia y su apoyo al Gobierno con el intento de poner de nuevo en marcha las Fuerzas Armadas Centroafricanas (FACA). El telón de fondo lo marca China y sus intereses económicos en la zona. Muy gráfico se mostraba el obispo hace unos días cuando afirmaba: "se están comiendo a la República Centroafricana con patatas". En todo este contexto, la peor parte le corresponde a una población civil que ya hace años vive en una dramática situación. Al mismo tiempo, "estamos viendo llegar a los líderes del movimiento wahabita", alerta monseñor Aguirre.

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