Opinión

La tormenta perfecta

 

ABISMALES SON las diferencias existentes entre el río Lérez del siglo XVII y el actual o incluso el del siglo pasado. Frente a la situación climática actual, durante buena parte del seiscientos en grandes zonas de Europa y por supuesto en Galicia se asistió a una pequeña edad glacial. Si uno atiende a las actas municipales del Concejo de Pontevedra, la cohorte de rogativas organizadas por el Ayuntamiento para implorar al cielo que dejase de llover, genera en el subconsciente del lector la sensación de la posible inminente aparición de branquias en aquellos pontevedreses. El espacio geográfico del tramo final del río también era muy diferente, incluso antes del inicio de los rellenos generadores del actual marco físico conocido por todos. Las transformaciones son también enormes en el propio río. Frente al del siglo XVII donde la naturaleza mostraba todo su salvaje esplendor, el actual es un río domesticado por la serie de embalses que jalonan su recorrido.

Aquel Lérez del seiscientos, aparte de convertir en navegable buena parte del núcleo urbano amurallado, a punto estuvo de llevarse por delante al elemento generador del nacimiento de Pontevedra, el puente del Burgo –aunque el actual sea sucesor de uno anterior no localizado-. Además, causó tal sensación de pavor e impotencia que incluso en el siglo siguiente se recordaba el suceso y la villa paralizaba su vida cotidiana para, mediante una serie de actos religiosos, dar gracias a la Divinidad por la “misericordia mostrada”. En todos ellos se recordaba la causa: "berse la puente principal de esta villa sumerxida de agua en que estava muy prompta y cerca de caersse".

Según relata la documentación municipal, los hechos sucedieron el 26 de noviembre de 1646. La naturaleza se desató "açidentalmente sin que se pudiese prebenir avia sido y heran tantas las agoas que bajaron de los montes que juntandose con los rios hiçieron creçer el de Leres tanto que saliendose de su curso ordinario se entro para la villa". Allí, muchas calles "se badeaban con barcos dentro de la muralla". Pero la atención especial se centró en lograr librar a "la puente del peligro tan a la vista que tenia de caerse". Una serie de maestros canteros "dixeron que seria combeniente y mui neçesario sin dilaçion quitarle el petril y pasamano que sale de el castillo a Santiago del Burgo para que la abenida no hiçiese tanta corriente y repujo a la dicha puente y se esguazase". Pero nadie se atrevía a poner el cascabel al gato. Dos fueron los héroes, el maestro cantero Juan Bouçan y el trabajador Juan do Campo. Ante la angustia general, ellos "se arrojaron al agoa echando dicho petril asi para la parte del muelle como para el agoa conque la avenida hiço el mayor aviso para aquella parte y se enpeçaron a descubir los oxos de dicha puente".

En los últimos tiempos algunos autores se han centrado en tormentas acaecidas en Pontevedra en el siglo XX. Nada que objetar a sus impecables trabajos. Pero como es justo dar al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios y a la meteorología lo que es de la meteorología, la tormenta perfecta tuvo lugar en el siglo XVII. Comparada con ella, las de la centuria pasada fueron simples tormentas de verano.

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