Opinión

Puente del Burgo. S. XVIII

LOS AÑOS finales del siglo XVII habían contemplado la intervención del Consejo Real ante el deficiente estado del puente del Burgo. Consecuencia no deseada fue la presencia en Pontevedra a comienzos de la centuria siguiente del corregidor de Baiona —de algún modo, el representante real—. La finalidad de su visita fue doble. Por un lado inspeccionar el estado de la obra. La segunda y menos deseada ante unas arcas municipales exhaustas, el cobro de ciertas cantidades pendientes de pago por parte del Concejo -1.115 reales- relacionadas con la obra. Una carga económica sobre unos moradores que según los propios miembros del Ayuntamiento "...consta están tan sumamente pobres y gastados de los muchos alojamientos, transitos y otros compartos de la caveza de provincia y que no pueden susistir sus fuerzas...".

El gran quebradero de cabeza del Puente del Burgo durante el siglo XVIII lo constituyó el castillete. En 1732 los procuradores generales —salvando el anacronismo, la voz del pueblo de la época— elevaban un demoledor informe al Ayuntamiento. "...El castillo del puente de esta villa se halla totalmente arruinado desde sus cimientos de los que ya se hallan desquiciadas algunas piedras de que se conoce se halla proximo a caer al suelo amenazando una gran ruina de cuia redificacion en nombre de sus naturales toca mandarse executar del erario que su Magestad tiene conzedido a dicha villa por alivio de sus vezinos y de no mandarse ansi y venirse al suelo y acaezer algunas disgracias todos los daños y perjuicios que de ello se siguieren se entiendan por quenta de quien huviere lugar y no por la de los vezinos mediante en tiempo y en forma representamos elestado de dicho castillo...". Un castillo de la puente portador de una fuerte carga simbólica, pues en él era donde se encontraban representadas "...las Armas de Nuestro Patron Santiago unico y singular patron de las Españas las de nuestro Catholico Monarca Rey Señor Don Phelipe Quinto y el Blason de esta noble villa...". Todo ello se encontraba en una calamitosa situación pues "...se alla desprendido de sus doelas de sus encaxes...".

A la ruinosa situación del castillo se unía en 1780 el pésimo estado del piso del puente, el cual "...se halla gravemente destruido y en muchas partes tan abuxereado y carcomido con el traqueteo de los carros y las ruedas destos tocan con las duelas de dichos arcos expuestos estos a su ruina por lo que se yncapasitara el transito cuio perxuicio no es solo de los vezinos de esta villa sino de todo el Reino...". En este caso la solución vino a título individual. Fue el alcalde don Telmo Gago y Montenegro quien tres años después "...dispuso por si solo y a sus espensas reparar el piso o pavimento por hallarse todo el arruinado de modo que el transito de los carros y carruages gastaban las doelas y filtrando las aguas desunian los arcos...". La obra del castillete la acometerá a principios del siglo siguiente, junto con otras importantes obras públicas, el natural de Salcedo, ex ministro de Gracia y Justicia y miembro del Consejo de Castilla don Pedro Acuña Malvar. Lo hará de la mano de un curioso impuesto, la Blanquilla.
 

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