Opinión

¿Quién inventó la máquina de vapor?

SAVERY, PAPIN, Newcomen, Watt... son apellidos relacionados de forma muy estrecha con la máquina de vapor. Para una buena parte del conocimiento histórico, a ellos corresponde la paternidad de la misma. Sin embargo, la realidad es otra. La primera patente de una máquina de vapor no la encontramos a finales del siglo XVII, caso de Savery; o a lo largo de la centuria siguiente, como sucede con los otros autores. Para localizar el primer "privilegio de invención" debemos desplazarnos al Archivo General de Simancas en Valladolid. En sus anaqueles descansan, junto con otros 47 inventos con sus correspondientes patentes del mismo inventor, desde los albores del Seiscientos. En lo referido a la primera máquina de vapor en activo, la fecha del "privilegio de invención" real es 1606. El autor, un navarro polifacético. Un auténtico hombre renacentista. Inventor, militar -participó activamente en la defensa de A Coruña contra Drake, cosmógrafo, pintor, músico, político... Siempre al servicio de la Monarquía Hispana. Ignorado en su país, en el nuestro, como tantos y tantos otros. Su nombre: Jerónimo de Ayanz y Beaumont (1553-1613).

En su juventud, con responsabilidad militar participó en múltiples e importantes conflictos bélicos: Túnez, Flandes, Portugal, Azores, Lombardía, San Quintín, A Coruña... Cuando las fuerzas fueron menguando ocupó los cargos de regidor de Murcia y gobernador de Martos. En 1597 fue nombrado Administrador General de Minas del Reino -unas 550 en la Península, más las americanas-. Fue en ellas donde hizo funcionar algunos de sus inventos. Destacan dos ingenios de vapor. Uno destinado a purificar el aire de las explotaciones mineras, otro para bombear el agua dentro de las minas. Agosto de 1602 marca un nuevo hito en el mundo de la invención. En Valladolid, en el Pisuerga, con Felipe III, Margarita de Austria y la Corte de testigos, Jerónimo de Ayanz se paseó por el fondo del río –según las crónicas, durante más de una hora– embutido en lo que hoy denominaríamos un traje de buzo. Observando los grabados que han llegado a nosotros, la manguera de alimentación de aire estaba construida con tramos cortos de tubos de cobre con uniones articuladas. La documentación depositada en Simancas también muestra un prototipo de los actuales submarinos realizado por Ayanz. Él lo denominó "barca submarina".

La inmensa popularidad de Jerónimo de Ayanz y Beaumont en su tiempo queda refrendada por homenajes como el dedicado por Lope de Vega. En una de sus comedias, Lo que pasa en una tarde, lo compara con Alceo, el abuelo de Hércules. Al tiempo, lo considera un nuevo Alcides. Con la muerte, cayó en el ostracismo. Injustamente olvidado durante siglos, su figura fue recuperada desde finales del siglo pasado por el profesor de la Universidad Pública de Navarra, Nicolás García Tapia. Una figura como la de Ayanz gozaría de una total popularidad en cualquier país del mundo. A día de hoy pensar que los manuales de Secundaria o Bachillerato reserven un mínimo espacio a su memoria resulta una utopía. Pero las utopías a veces se convierten en realidad.

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