Esperando el ascensor
No nos gusta esperar, en general. Nunca ha sido una actividad agradable, pero en los últimos tiempos se ha transformado en un incordio casi intolerable. “Los últimos tiempos” es un sintagma-chicle cuya traducción a términos más tangibles se intenta evitar al escogerlo. Lo cierto es que vivimos en una época de velocidad e inmediatez y tener que esperar puede transformarse en una tarea odiosa que incluso puede llevarnos, oh cielos, a ponernos en contacto con nosotros mismos. Solo si no llevamos encima el teléfono móvil, claro.
Esperar a que llegue el ascensor es algo tan común como detestable. Lo primero ayuda a soportar lo segundo y se produce un extraño equilibrio entre la rutina y la molestia que nos humaniza un poco, a nosotros que vivimos de una forma tan deshumanizada que estamos deseando que los robots no puedan asomarse a nuestros sueños para que no descubran lo vacíos que están.
Lo primero que hay que hacer aguardando a que llegue el ascensor es suspirar. Llega con una vez, pero hay gente exagerada que lo hace dos o tres, dependiendo de si hay o no otras personas esperando como nosotros. Pero hablemos primero de una espera en solitario. Hay dos tipos de personas: las que aguarda de modo estático, sin apenas desplazar el cuerpo del punto escogido para esperar, que suele ser justo enfrente de la puerta, y las que dan unos pocos y cortos pasos de un lado a otro, como si calculasen con el cuerpo las dimensiones del lugar. A veces estas dos modalidades de espera conviven en la misma persona, que puede elegir entre una u otra hao mezclar ambas. Algunas miradas fugaces a un lado u otro no se pueden descartar: hacia el portal, por si viene alguien, hacia el suelo por si está sucio o recién fregado, hacia el techo para comprobar que no alberga telarañas, hacia las paredes para verificar que están desempeñando correctamente su oficio…
Un gesto repetido con frecuencia consiste en meter ambas manos en los bolsillos mientras se espera. Implica tanto impaciencia como claudicación ante la obligada espera. Es un gesto un tanto napoleónico, como el de meter la mano en el interior de la casaca, que al parecer el insigne corso llevaba a cabo para aliviar una dolencia estomacal. Nosotros metemos las manos en los bolsillos para mitigar una dolencia del alma, pues como hemos dicho más arriba, hoy en día aguardar es un reto para nuestra cada vez más escasa paciencia.
Si acontece que hay otra persona, o varias, esperando al ascensor, nuestro comportamiento va a estar absolutamente condicionado por ese factor y tomará distintos derroteros según quiénes sean nuestros compañeros de viaje. Nos comportaremos de una manera si son conocidos y de otra si se da el caso contrario. Actuaremos de forma distinta si las personas nos resultan indiferentes o si algo en alguna o algunas nos llama la atención. Igualmente nuestra manera de esperar se verá afectada según la edad o condición de quienes están aguardando junto a nosotros. Puede que incluso les dirijamos alguna frase, palabra o interjección, dictada por un atavismo social o simplemente por un nerviosismo injustificado.