Hablemos de estatuas (2)

"Nadie se para a pensar, por ejemplo, en qué piensan las estatuas de nosotros cuando estamos junto a ellas, antes de abandonarlas miserablemente"

Hablamos  de estatuas la semana pasada y seguro que usted estaba toda feliz pensando que había pasado el trago sin mayores incidencias neuronales. Craso error, porque hay mucho que hablar de las estatuas. Todo el mundo les hace fotos y luego pasa de ellas, mental y física mente. Nadie se para a pensar, por ejemplo, en qué piensan las estatuas de nosotros cuando estamos junto a ellas, antes de abandonarlas miserablemente. Claro, es muy fácil calificarlas de seres inertes y rehuir la idea de que puedan estar pensando algo. Pues yo no la rehuyo. La abrazo, como se dice hoy en día, que an damos repartiendo abrazos a diestro y siniestro como si no hubiese más que hacer. Una estatua tiene todo el derecho a pensar,  y a pensar lo que  le venga en gana. De hecho, seguro que algunas estatuas piensan más y mejor que algunos seres humano que yo me sé. Algunos seres humanos que yo me sé más nos valdría que fuesen estatuas.

Hablemos de estatuas famosas: la de Lot, convertida en sal toda ella, por mirar hacia atrás cuando escapaba de Sodoma junto a su familia. La del jardín botánico, a la que cantaron Radio Futura y que seguía, con su pensamiento, el movimiento de los peces en el agua. "Con su pensamiento": no lo digo yo solo. La estatua del Príncipe Feliz, revestida de madreselva de oro fino. ¡Vaya que no piensa, y siente, la estatua de este príncipe! Si no quieren hacerme caso a mi o a Santiago Auserón, vale. ¡Pero háganle caso a Óscar Wilde, al menos!

El David de Miguel Ángel, la Venus de Milo (que no la hizo ningún Emilio, sino Alejandro de Antioquía), la de la Libertad (que fue un regalo de Francia a EE UU), la del Cristo del Corco vado (nombre del cerro de Río de Janeiro sobre el que se sitúa la escultura), también construida en Francia. Por cierto, que dentro de la estatua de Cristo Redentor vive un señor argentino. Tiene su casa bajo el brazo izquierdo de la estatua y hace de guarda y restaurador del monumento. Si es que es muy fácil encerrar a las estatuas en el concepto "inerte" solo porque les cuesta mover se. Vale, les cuesta horrores, pero ya han visto que pueden albergar señores argentinos en su interior.

Estas pobres estatuas, ahora me explico, tienen muchos visitantes y son objeto de muchísimas fotos y reportajes. Concitan, sí, he dicho "concitan", mucha atención pero apenas tienen tiempo, con tanto ajetreo, de pensar. Son estatuas que apenas pien san, se limitan a ser y a estar. Se dejan querer. Tienen muy poca soledad en su vida y sin soledad apenas se puede pensar, y menos pensar bien. Por eso decía "pobres estatuas".

La próxima vez que, en funciones de turista, aparque usted su vista sobre la superficie de una estatua, no sea tan superficial como para limitarse a encerrarla dentro de los pixeles de una fotografía. Piense un poco. Quizá ella también lo esté haciendo.

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