Sacar la basura

Contenedores de basura. manfredrichter (PIXABAY)
Contenedores de basura. manfredrichter (PIXABAY)

EXISTEN muchos pequeños gestos cotidianos cuya ejecución contribuye a una coexistencia de mayor calidad para todos y hoy hemos escogido este, bajar la basura, para representarlos: modestas contribuciones al bien común a las que no suele darse la importancia que merecen.

Imagínense qué sería de nuestras viviendas si no sacásemos la basura. Imagínense el dispendio en policía local para hacer entrar por la fuerza a los agentes en los hogares y llevarse por las bravas la mierda acumulada. Seguramente se acabaría creando una fuerza especial para la gestión de la basura, un cuerpo de agentes especializados en arrebatarla de manos de sus legítimos dueños y ponerla en las del servicio de limpieza contratado por el ayuntamiento. No estamos hablando de una distopía o un supuesto disparatado, sino de una estupidez como la copa de un pino, pero es que tenemos la vida llenita de estupideces y no pasa nada o pasa muy poco.

Normalmente tenemos en muy poca estima, insisto, el esfuerzo de sacar la basura. Lo consideramos un incordio y habría que sacarse un selfie cada vez que empuñamos la bolsa o bolsas y nos dirigimos al contenedor pertinente: nuestra cara reflejaría en todo su esplendor el hastío que genera la insulsa tarea de desplazar nuestro cuerpo con una bolsa de porquería en las manos. Si nos cruzamos con un vecino o vecina nuestra cara de circunstancias se vuelve cara de circunstancias al cuadrado y ponemos cuidado en no rozar con la carga en cuestión a nuestro prójimo como si transportásemos contenido radioactivo que pudiese traspasar la bolsa e infligir daños irreparables a nuestros convecinos.

Solemos experimentar cierta sensación de alivio una vez que la basura ha sido depositada en el lugar apropiado. No es por haber concretado una tarea de gran dificultad, ni porque pensemos: "vaya, una vez más he conseguido deshacerme de la basura y salir ileso". No, es una de esas cosas que sentimos porque sí, porque sentimos cosas y punto pelota. Es un misterio como hay tantos. Regresamos a nuestros hogares satisfechos por haber cumplido la tarea que nos llevó a abandonarlos temporalmente y con la sensación de habernos sacado un peso de encima. Lo cual es cierto de forma literal. Nuestro paso se vuelve más firme y seguro, caminamos un pelín más erguidos y puede que hasta comencemos a silbar, al menos hasta darnos cuenta de que silbamos como el culo y lo cambiamos por un simple tarareo. Entramos en casa como quién viene de vencer en el desfiladero de las Termópilas, como quien regresa del súper con un aguacate que no está mazado, como quién ha visto que han puesto la propaganda dentro del espacio comunitario.

Anunciamos a todo especimen humano residente en nuestro hogar que hemos ido a tirar la basura, con falsa modestia, el pecho hinchado y los bíceps tensos. Seguramente sacudamos una palma de la mano contra la otra, en un gesto que universalmente significa que la tarea está acabada y que no somos más imbéciles porque no entrenamos.

Las grandes gestas siempre parecen más pequeñas una vez realizadas. Casi seguro que esto no lo dijo Confucio, pero fijo que lo pensó.

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