Desvaríos y desesperanzas

FREEPIK
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Voy en el tren, uno que casi pierdo porque me quedé dormida. Estaba soñando muchísimo y apagué el despertador. Recuerdo algo de una presentación multitudinaria donde estaban los Carmen Mola y yo. No era la librería, era un espacio enorme y todo el público parecía enfadado. Había un tema inmobiliario por medio, aunque no soy capaz de ponerle orden. Los sueños no son fáciles de explicar, ni siquiera de contar. A veces la realidad tampoco y aún menos los sentimientos, que discurren a menudo escondidos, como el Gafos y todos los ríos que las ciudades ocultan. También disimulamos la frustración o el miedo. normalmente guardado bajo siete llaves en un búnker de acero, como esos que los ricos están haciendo por todas partes. Me imagino el mundo agujereado con instalaciones grises y a los habitantes del futuro viviendo bajo tierra. No es una solución que me apetezca, esa existencia bajo luces de neón. Tampoco salir de allí y encontrarse un planeta cargado de cadáveres putrefactos y en el que no quedan en pie la Alhambra, o las pirámides o Venecia. ¿Te imaginas un mundo sin Venecia? No hace falta volver a verla, ni siquiera ir, pero está bien saber qué Venecia existe. 

Llegados al punto de la guerra total, quizás sería mejor encontrar una solución final para uno mismo, una salida digna de la estulticia general que no cambia con el paso de los siglos, es eterna como la duda o como los acantilados de Cabo Ortegal que estaban ahí en otras eras geológicas. Es como si todas las búsquedas del ser humano, toda la curiosidad, todos los avances, todo el afán de superación fueran a confluir en lo mismo, el ansia de poder sobre el otro. El deseo de dominación del vecino está por encima incluso del bienestar de uno mismo. De una manera o de otra, el mal acaba haciéndose lugar para gobernar. A veces disimuladamente y en las épocas más tristes como esta, a tumba abierta. 

Me hace gracia porque Trump ha resultado ser ecologista. A lo mejor sus aranceles reducen la cantidad de barcos contenedores que surcan los mares de un lugar a otro perdiendo su carga en el océano o ardiendo en los puertos a donde llega el temporal y no nos queda más remedio que volver al comercio de cercanía, a ser más pobres y elementales, a consumir menos y remendar más. Ya sé que no es lo que pretende, sólo quiere apretar las tuercas para luego negociar desde una situación privilegiada, pero quién sabe, a lo mejor le sale mal y volvemos todos al siglo XIX. En lo de coger las tierras que te apetezca para usarlas como te viene en gana ya estamos. 

En fin, que estoy llegando a Vigo. Últimamente, Renfe tiene una puntualidad suiza. Mi desesperanza también.

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