Opinión

Chincha rabiña

Sánchez conversa con Casado. MARISCAL (EFE)
photo_camera Sánchez conversa con Casado. MARISCAL (EFE)

EL SUBCONSCIENTE es muy traicionero, sobre todo cuando se mezcla con la morriña. Estaba yo sentado frente al Congreso, contando manifestantes y comiéndome una porra cuando, de repente, reparé en una figura que me resultaba conocida y no sabía muy bien de qué. Tanto se parece el diputado Mazarrón a Valle-Inclán que por un momento me pareció estar cruzando la plaza de Méndez Núñez camino de la Verdura, de ahí lo del subconsciente y la morriña. Al final, caí en la cuenta de que era él, no el bronce de Lombera. "Me quito el cráneo", pensé al verlo atender a los medios de comunicación sin quitarse las gafas de sol, con ese aire suyo entre Marqués de Bradomín y comercial de Alain Afflelou. A mi lado, una señora que llevaba un buen rato masticando democracia y escupiendo sapos parecía pensar algo similar aunque menos evocador: "Le arranco la cabeza", o algo por estilo.

Como la mañana salió clara y soleada, decidí ver la sesión en mi teléfono móvil, repantigado bajo el sol, como los lagartos. Salió Pedro Sánchez muy decidido a gobernar España y no le fue a la zaga Pablo Casado, empeñado en que no pueda gobernarla. Citó Sánchez a Azaña, consciente de la admiración que siempre le profesó el aznarismo, y se revolvió Casado en su escaño como yo cuando el madridismo me nombra a Guardiola. "¡Viva el Rey!", gritó el popular poniéndole caritas al socialista cuando le dieron el turno de palabra. Sonó a "chincha rabiña", como si el jefe del Estado no fuera del todo neutral y compartiera con Pablo un grupo de WhatsApp llamado Los Pollos Hermanos o algo similar. Por suerte estaba en el hemiciclo Aitor Esteban, que las pilla al vuelo y no perdió ocasión de recordarle al líder del PP su desliz. También a Abascal, que es otro de los que se siente panita del rey Felipe VI, su cuate, su bródel... Aunque, como siempre, dejó bien claro que los americanismos y todo cuanto suene a extranjero no va para nada con él.

Fue al meollo el líder de la ultraderecha, al quid de la cuestión, a los problemas reales de España: los inmigrantes violadores y las mujeres asesinas. De tan bruto, por momentos resulta casi enternecedor Santiago Abascal, un poco como un bebé klingon. Él e Inés Arrimadas se llevan la palma es esto de provocar sensaciones encontradas en el espectador. La heredera de Albert Rivera salió a explicarle a Sánchez por qué lo habían votado millones de españoles, todo un atrevimiento cuando todavía no parece haber entendido por qué han dejado de votarla a ella y a su partido. "Usted ha engañado a sus votantes", le espetó con cierta pelusa, como si se estuviera mortificando por no haberlos engañado ella primero. La que no engañó a nadie fue la portavoz de ERC, Montserrat Bassa. "Me importa un comino la gobernabilidad de España, declaró tras recordar medio emocionada a su hermana, la exconsellera Dolors Bassa, condenada a 12 años de prisión en la sentencia del procés. Néstor Rego, mucho más sobrio, honró la memoria de Castelao y se despidió con un "obrigado" muy celebrado en las redes sociales.

Al final, llegó el momento de la votación y Pedro Sánchez salió investido como presidente del Gobierno por dos votos de diferencia. Hubo abrazos y felicitaciones, lágrimas en los ojos de Pablo Iglesias y flores para Aina Vidal. La diputada de En Comú Podem acudió a la votación pese a encontrarse en plena lucha contra el cáncer y sus señorías la ovacionaron cariñosamente puestos en pie. ¿Todos? No, todos no: los diputados de VOX se quedaron sentados y sin aplaudir, quién sabe si por ser Vidal catalana, mujer o marxista. Sea como fuere, España ya tiene su gobierno y ahora comienza el verdadero desafío para el bloque progresista: tomar el timón de un país que les ha otorgado su confianza para algo más que echársela en cara a las tres derechas.

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