No tire usted el dinero, señora
En muchos establecimientos de Canadá colocan la bandera de los Estados Unidos sobre los productos yanquis. Lo hacen para que el cliente decida si quiere comprarlos o no, y la mayoría de los compradores buscan una alternativa, bien canadiense, bien de cualquier otro lugar. El pueblo canadiense se ha lanzado de lleno al boicot. Ya no eligen a su vecino del sur para vacacionar, ponen trabas al transporte terrestre hacia Alaska, buscan cualquier manera de castigar a Trump por su chulería y lo hacen de una manera legítima y pacífica. Los habitantes de los pueblos canadienses fronterizos con los EE.UU. han dejado de cruzar para comer o comprar o llenar los depósitos de sus coches cuando el combustible es más barato en el otro lado.
Lo que no se entiende es que otros, como los europeos, no hagamos lo mismo. Europa, la triste y entreguista Europa, ha aceptado, más bien ha negociado un intercambio arancelario de 15 contra cero, y por encima ha comprometido importaciones multimillonarias de armas y gas procedentes de USA. Bueno, eso usted y yo no lo podemos evitar, pero sí podemos negarnos a comprar cualquier producto con procedencia de quien nos maltrata sometiéndonos a todo tipo de humillaciones. Podemos poner una cruz a cualquier producto estadounidense. Será por proveedores.
Si los canadienses pueden, podemos los demás. Cierto es que hay marcas muy enraizadas, pero en fin, hay buenos refrescos de cola que fabrican unas marcas blancas o no blancas y que perfectamente podemos sustituir por una Pepsi o una Coca, pongo por caso. Hay neumáticos italianos como Pirelli tan buenos como los Firestone. Pueden obligarnos a comprarles gas, o misiles, pero no hay manera de decirle a un vecino de Pontevedra o de Teruel que debe consumir un snack, un refresco, una hamburguesa, un neumático o un coche yanqui.
Afortunadamente, las personas atesoramos la capacidad de decidir cuatro cosas, o cinco; acaso no muchas más, pero cuando usted se adentra en un bar tiene un poder monumental. Sienta ese momento en el que usted puede luchar contra un imperio: ese instante en el que puede renunciar a una marca norteamericana de renombre internacional para solicitar a cambio una botella de Cabreiroá. O de pedir una cerveza gallega, y si no es gallega andaluza y si no es andaluza de donde sea siempre que no sea una cosa yanqui, de donde nunca ha salido una cerveza potable.
La cuestión es que los Estados Unidos siempre han sido sobrevalorados. Bien visto, no son gran cosa. Ni siquiera son cosa mediana. Han hecho y hacen algo con alguna calidad y cierta mediocridad, pero siempre han sabido venderse. En eso son buenos, hay que decirlo. Cuando éramos jóvenes usted y yo comprábamos cualquier porquería procedente de allí y decíamos: «Es una calculadora Texas Instruments, y es la mejor el mundo porque se fabrica en Estados Unidos». No reparábamos en que 2+2 era igual a 4 en esa calculadora como en todas.
Volviendo al asunto, yo no compro ningún producto yanqui. Resulta que ayer mi maestro Alfredo Conde me regaló una gorra que exhibe un lema glorioso: «Make Galicia Great Again», que es desde ya mi visera preferida para siempre porque además presenta nuestra bandera. Además de la gorra nos invitó a una comida, nos ofreció un anecdotario maravilloso y nos recordó de dónde viene la Galiza de la nueva democracia, de la que fue protagonista, mal que les pese a muchos. Yo entiendo el galeguismo cada vez mejor, y puedo coincidir más o menos con mi maestro Alfredo Conde, a quien no llamo maestro de manera casual o informal: es que fue mi maestro de verdad.
Concluyo invitando a cualquier víctima de Trump a no gastar ni medio centavo en comprar productos yanquis, y de paso, a leer a Alfredo Conde, que no sé si concuerda con esta tesis pero sea como sea tiene algo que enseñar, hágame caso.