Chuchos
Infracciones
Frente al Tribunal Supremo se encuentran los jardines de la Plaza de la Villa de París, dos grandes parterres estacionales adornados con sendas esculturas centrales, setos, árboles, un parque infantil y otro pensado para que los perros se distraigan o desarrollen algo de músculo: eso ya depende de las intenciones de sus dueños. El resto de la plaza está vetada a los peludos, lo advierten una serie de carteles en blanco y negro muy poco afortunados, pues los animales campan a sus anchas ante la atenta vigilancia de los policías, fuertemente armados, que custodian los accesos al alto tribunal. "No pretenderás que se líen a tiros con los pobres chuchos", me responde un amigo cuando le hago notar el alto número de infracciones allí cometidas. Dios me libre. Pero ni por esas me espanto la sensación de que en este país se está juzgando a personas por mucho menos.
Visto para sentencia
Los perros son los únicos en el lugar que parecen no tener una idea preconcebida sobre la inocencia o culpabilidad del fiscal general del Estado: ese es, quizás, el principal problema al que se enfrenta Álvaro García Ortiz. Como en los viejos westerns que tanto le gustan a mi abuelo, hay una parte de la opinión pública que se siente muy a gusto con el clásico proceder del salvaje oeste: "tendrá un juicio justo y luego le colgaremos". En ese grupo parecen encontrarse los inspectores de la UCO encargados de sustanciar el caso y convencidos, desde el minuto uno, de que nadie más aparte del FGE pudo compartir el famoso email entre el abogado de Alberto García Amador y la fiscalía. Se calcula que unas 400 personas tuvieron acceso al mismo en aquellos días, pero eso no parece relevante para la investigación. "Durante todo el proceso, lo que se ve es un dominio a todos los niveles del fiscal general", concluyó el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Balas: podría acusar de lo mismo a Leo Messi o a Michael Jordan, llegado el caso.
El dominio
Si la clave de todo este asunto es el nivel de dominio, a Balas podrían condecorarlo o ponerlo a regar las plantas en el cuartel mañana mismo, depende de cómo se mire. Suya debió ser la decisión de volcar toda la información presente en los dispositivos incautados al FGE, en lugar de limitarse a la incluida en las fechas señaladas por el juez instructor. "Eso es imposible, nos llevaría muchísimo tiempo", dijo uno de los agentes a su cargo. Otra vez el dichoso significado de las palabras: ¿era imposible o tan solo era engorroso, aburrido, pesado? Que levante la mano quien no se sienta identificado, eso sí: todos tenemos un día tonto en el que hacer las cosas bien no importa tanto como hacerlas.
Luego está la discrepancia sobre la famosa cuenta de Gmail de García Ortiz. Aseguró Balas que había sido borrada justo antes del registro ordenado por el juez instructor, mientras que la defensa alegaba que no, que se borró tiempo después, exactamente cuando, tras el citado registro, se hizo pública y el FGE comenzó a recibir mensajes amenazantes a través de ella. Dominio, lo que se dice dominio, no sería el término adecuado para referirse a las pesquisas del Sr. Balas.
Las conclusiones
No hubo grandes sorpresas en las conclusiones, pero sí algunas intervenciones dignas de ser recogidas en el Gran Libro de los Asombros de España. Juan Antonio Frago, abogado que representaba a la Asociación Profesional e Independiente de Fiscales (APIF) se jugó la carta de José Bretón, el as de bastos. "Los cuerpos nunca se encontraron, pero se dio por probado que dicho borrado de la prueba, que es la eliminación, desgraciadamente física de los niños, fue así", argumentó para atribuir la filtración al FGE basándose en el borrado del contenido de su móvil. Tres puntos, colega. Antes ya se había jugado otro triple asombroso, comparando la supuesta revelación de secretos con una violación múltiple. Luego llegó el ataque a los periodistas que han declarado estos días en el Supremo: se les acusa de no presentar las pruebas que evitarían condenar a García Ortiz sin ellas, otra cabriola digna de los mejores acróbatas. Fuera, los perros seguían a los suyo y yo me acordé de una frase de mi difunto amigo Pacón, cierto día que vimos pasar a un chucho con un bocadillo en la boca. "Quen fora can", suspiró sin ningún miramiento. Algo así debe estar pensando, a estas horas, el todavía fiscal general del Estado, o lo que quede de él.